sexta-feira, 25 de outubro de 2013

MADRE ESPERANZA DE JESÚS ¿Qué hemos de hacer para hallar a nuestro Dios? El buen Jesús vive en nosotros como un íntimo amigo

¿Qué hemos de hacer para hallar a nuestro Dios?
Para hallar a nuestro Dios no nos es necesario cansarnos mucho girando de acá para allá, El se halla siempre muy cerca de nosotros; se halla en las criaturas que nos rodean; y aquí es donde primero le debemos buscar; todas ellas nos traen a la memoria alguna de las divinas perfecciones, especialmente aquellas que, por estar dotadas de entendimiento, poseen en sí mismas a nuestro Dios, Vivo, que nos sirven como de escalera por la que subimos hasta El.
Considerémosle dentro de nosotros mismos, puesto que nuestro corazón puede llegar a ser un Tabernáculo vivo, basta que le invitemos a permanecer dentro de nosotros, seguros de que El quedará y se acomadará en nuestro pobre y miserable corazón y entonces viviremos bajo su mirada y acción, le adoraremos y con El trabajaremos en la santificación de nuestra alma y en la de nuestro prójimo.
Si nos persuadimos de que el buen Jesús mora dentro de nosotros, debemos procurar que en nuestro corazón estén siempre fijos tres centinelas: la oración, la mortificación y la vigilancia, que ahuyentarán al enemigo y no permitirán entre en nuestra alma ningún pensamiento ni deseo que a Jesús desagrade y por fin, sellemos nuestro corazón con el sello de la santa perseverancia, y entonces Jesús permanecerá con nosotros, como grano de trigo que germina, crece y brota abundantes frutos.
Con esta persuasión y preparación, nos será mucho más fácil caminar en la perfección, ya que la presencia de El, nos hará evitar cuidadosamente el pecado, para no ofender en lo más mínimo al Huésped Divino
Cuánta confianza nos puede dar el pensar que, sean las que fueren las pruebas por las que hayamos de pasar: tentaciones flaquezas y fatigas, podemos estar seguros de la victoria final, ayudados por el que es Todopoderoso, al cual nada se resiste.
Hemos de tener presente que para caminar en la perfección, nos ayudará mucho el recuerdo constante de nuestro Dios y también el conocimiento de nosotros mismos. El conocimiento de nuestro Dios nos lleva directamente a amarle, ya que es infinitamente digno de ser amado, y el conocimiento de nosotros mismos, nos lleva a la persuasión absoluta de la necesidad que de nuestro Dios tenemos, para hacer más perfectas las buenas cualidades que nos ha regalado, y para remediar nuestras debilidades y miserias.
También hemos de examinar nuestro carácter, ya que éste es un poderoso elemento para ayudarnos a caminar en la perfección y tiene una importancia muy grande, en nuestro trato con el prójimo, pues un buen carácter, que sabe acomodarse al carácter de los demás, es un poderoso auxilio para caminar en la perfección y ayudar a los demás; así como un mal carácter, es siempre uno de los mayores obstáculos, para hacer el bien a los demás y a si mismos.
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El buen Jesús vive en nosotros como un íntimo amigo



Hemos de estar persuadidos de que el buen Jesús vive en nosotros como un íntimo amigo; y sabiendo que nosotros solos no podemos cultivar la vida sobrenatural y caminar siempre adelante en la perfección, El trabaja junto a nosotros como el más potente colaborador, supliendo siempre nuestra impotencia, ayudándonos por medio de la gracia.

Si de veras deseamos combatir nuestras pasiones y vencer las tentaciones, acudamos a El, que nos está esperando para darnos las fuerzas.

Si nuestra resolución de caminar en la perfección es absoluta, acudamos a El implorando su ayuda, y si en el momento de hacer el bien a nuestro prójimo nos sentimos transportados al desaliento y a la tristeza, invoquemos al buen Jesús y El se unirá más fuerte a nosotros para sostenernos y asegurar nuestra perseverancia, y El será el que trabajará junto a nosotros hasta terminar la labor de nuestra santificación y El mismo es el que la perfeccionará.

Debemos caminar adelante en el estado que hemos abrazado y orar y pensar con frecuencia en esta verdad:

el buen Jesús no se contentó con merecer por nosotros
sino que además quiso ser la causa ejemplar y el modelo viviente de nuestra vida sobrenatural;

He aquí, nuestro modelo a seguir:

El por treinta años vivió la vida más oculta, más común, dando el más grande ejemplo de obediencia y sacrificio; trabajaba y oraba a su Eterno Padre, enseñándonos que si queremos, podemos santificarnos en medio de las ocupaciones más comunes.
Vivió también la vida pública y practicó el apostolado evangelizando el pueblo;
y sufrió el cansancio, la sed, el hambre y las fatigas; experimentó la amistad de algunos y la ingratitud de otros, triunfos y persecuciones, es decir, que pasó por las peripecias de todo hombre que tiene relaciones con los amigos y con el público.

En su vida de dolores y sufrimientos, nos dio el ejemplo de la paciencia más heroica en medio de las torturas físicas y morales, que toleró, no sólo sin lamentarse, sino orando e invocando el perdón por sus verdugos; y no digamos que siendo Dios padecía menos, pues a la vez que Dios era hombre, dotado de una exquisita sensibilidad y así sentía más vivamente que nosotros, las ingratitudes de los hombres por El redimidos, el abandono de sus escogidos y la traición de Judas y probó tal sentimiento de tedio, flaqueza y temor, que no pudo menos de suplicar a su Eterno Padre, que si era posible retirase de El el amargo cáliz, y ya medio muerto en el desnudo leño de la cruz, exclamó con un grito de dolor, mostrando la profundidad de su angustia: «¿Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado?».

Desde este trono de leño, es donde hace el buen Jesús las más grandes conquistas y continuamente se ve, cómo almas sedientas de sufrir por su Dios, se consagran totalmente a su servicio en el ejercicio de la caridad y se sienten felices cuando pueden sufrir algo por el buen Jesús y a pesar de la repugnancia de la naturaleza, se les ve cómo valerosamente llevan su cruz con amor para asemejarse a su Divino Maestro, sufriendo por El y con El.

Esto hacen continuamente un gran número de almas amantes de su Dios, que sólo aspiran a colaborar con El, en la santificación de las almas. ¿Cómo lo hacemos nosotros? ¿Tenemos ilusión por la cruz? ¿Pensamos con frecuencia en lo que nuestro Dios ha sufrido por nosotros para redimirnos y ponernos en condiciones de santificarnos? ¿De qué podremos lamentarnos cuando nos hallemos fatigados, angustiados, perseguidos y faltos de lo necesario? Nada nos parecerá demasiado fuerte si de continuo pensamos en la pobreza de nuestro Dios, en su humildad, dolores y angustias.