quinta-feira, 24 de fevereiro de 2011

"El Altar Católico" Por Monseñor Klaus Gamber

 

 
 
UNDÉCIMA PREGUNTA
 
Todo esto es muy hermoso, pero ¿no hay que contar con el hecho de que el hombre moderno es incapaz de comprender, que sea necesario volverse al oriente para rezar?
 
 El sol naciente no tiene para el hombre actual la fuerza simbólica que tenía para el hombre de la antigüedad y que aún hoy día tiene para los mediterráneos, que perciben el sol con más intensidad que los "hombres del norte". Para los cristianos de hoy lo que prima es la comunidad de la mesa eucarística.
Si el hombre moderno no presta gran atención a la dirección exacta en la que reza ‑lo que continúan los musulmanes que se vuelven hacia la Meca, y los judíos que se orientan hacia Jerusalem‑ debería sin embargo comprender la significación que reviste el hecho de que el sacerdote y la asamblea recen juntamente en la misma dirección. De cualquier forma, la costumbre de que todos los presentes estén orientados, todos juntos, "hacia el Señor", es intemporal y tiene todavía hoy todo su sentido.
Junto al aspecto teológico del cara a cara del sacerdote y la asamblea durante la celebración del sacrificio eucarístico, conviene evocar aquí igualmente los problemas de orden sociológico, que se han puesto en evidencia en la "comunidad de la mesa eucarística ".
El profesor W. Sieble, en un opúsculo titulado "Liturgie als Ange­bot" (La liturgia a subasta) piensa que al sacerdote cara al pueblo se le puede considerar como "el símbolo más perfecto del nuevo espíritu de la liturgia". Y añade: "la costumbre en uso hasta hace poco hacía aparecer al sacerdote como jefe y representante de la comunidad, que habla a Dios en nombre de ella, como Moisés en el Sinaí: la comunidad dirige a Dios un mensaje (oración, adoración, sacri­ficio) y el sacerdote, como jefe, trasmite este mensaje y Dios lo recibe".
Con la práctica moderna, continua Siebel, el sacerdote mirando al pueblo "prácticamente ya no aparece como representante de la comunidad, sino más bien como un actor que, ‑en todo caso en la parte central de la misa‑ representa el papel de Dios, un poco como ó en Oberammergau u otras representaciones de la Pasión. Y conclu­ye: "Pero si en esta nueva manera, el sacerdote se convierte en un actor, encargado de interpretar a Cristo en el escenario, entonces Cristo y el sacerdote parecen, a causa de esta restitución teatral de la cena, identificarse el uno con el otro de manera por momentos inaceptable".
Sibel explica así la buena voluntad con la que casi todos los sacerdotes han adoptado la celebración "versus populum ": "La desorientación considerable y la soledad de los sacerdotes les ha hecho buscar nuevos motivos donde apoyar su comportamiento. Entre estos el soporte emocional, que procura al sacerdote la comunidad reunida delante de él. Pero inmediatamente brota de ahí una nueva dependencia: la del actor vis a vis de su público".
Lo mismo, K. G. Rey en su estudio "Pubertütserscheinungen in der katholischen Kirche" [105] declara: "hasta ahora el sacerdote ofrecía el sacrifico como intermediario anónimo, como cabeza de la comunidad, vuelto hacia Dios y no hacia el pueblo, en nombre de todos y con todos; las oraciones que recitaba le estaban prescritas, ... hoy día este sacerdote viene a nuestro encuentro como un hombre, con sus particularidades humanas, su estilo de vida personal y la mirada vuelta a nosotros. Para muchos sacerdotes es una tentación, contra la cual no son capaces de luchar o de vender cara su personalidad. Algunos saben, con mayor o menor astucia, explotar la situación en su provecho. Sus actitudes, su mímica, sus gestos, todo su comportamiento atrae las miradas sobre ellos por sus repetidas observaciones, directivas y también por sus palabras de acogida o de despedida ... El éxito que así consiguen constituye para ellos la medida de sus poderes y en consecuencia, la norma de su seguridad".
 
En su obra "Liturgie als Angebot" [106], Siebel declara todavía, a propósito del deseo de Klauser citado más arriba, de ver "más claramente expresada la comunidad de la mesa eucarística" por la celebración "versus populum": "La reunión de la asamblea alrededor de la mesa de la Cena, deseada (por Klauser) apenas puede contribuir a reforzar la conciencia comunitaria. En efecto, sólo el sacerdote se encuentra ante la mesa y además de pie. Los otros participantes al ágape están sentados más o menos lejos en la sala del espectáculo".
Más aún, según Siebel: "Como regla general, la mesa está colocada lejos de los fieles, sobre un estrado; de manera que no es posible hacer revivir los estrechos lazos que existían en la sala donde se desarrolló la Cena. El sacerdote que interpreta su papel vuelto al pueblo, difícilmente puede evitar dar la impresión de representar un personaje que, con toda cortesía, tuviera algo que proponeros. Para disminuir esta impresión se ha tratado de colocar el altar en medio de la asamblea. Entonces no se tiene necesidad de ver sólo al sacerdote, pues así se pueden ver a los asistentes sentados a sus lados o frente a él. Pero al colocar el altar en medio de los fieles desaparece la distancia entre el espacio sagrado y la asamblea. El recogimiento que antes nacía de la presencia de Dios en la iglesia se transforma en un pálido sentimiento que en nada se diferencia de lo cotidiano".
Colocándose detrás del altar, la mirada vuelta hacia el pueblo, el sacerdote se convierte, desde el punto de vista sociológico, en un actor, que depende totalmente de su público y en un vendedor que tiene algo que vender.
 
En su libro ya citado, Das Konzil der Buchhalter, Alfred Lorenzer evoca todavía otros puntos de vista, particularmente de orden estético: "El micrófono no sólo revela cada respiración, cada ruido inadvertido, sino que la escena empieza a parecerse más a los recetarios de cocina de televisión, que a formas litúrgicas de las Iglesias Reformadas. Si estas últimas han marginado la acción sagrada ‑a más simplicidad y brevedad ­en la reforma litúrgica esta acción permanece: se la despoja de sus gestos ornamentales, pero conservada minuciosamente en toda la complejidad de su desarrollo, y desde ahora presentada a los ojos de todos en una pseudo‑transparencia que confunde la percepción sensible de las manipulaciones con la transparencia del mito, manipulaciones ejecutadas de una manera que exhibe en todo caso indiscretamente cada detalle de este ritual alimentario. Se ve a un hombre romper con dificultad una hostia, que se resiste y cómo la introduce en su boca. Nos convertimos en testigos de las costumbres personales de masticar, no siempre muy estéticas, de las de tragar el pan seco y de la técnica utilizada para hacer girar el cáliz para purificarlo y la manera más o menos hábil de limpiarlo" (pág. 192).
Esto en relación con el aspecto sociológico de la posición del celebrante cara a la asamblea. Otra cosa es cuando se trata de proclamar la palabra de Dios. Esta acción supone un cara a cara del sacerdote y del pueblo; lo mismo que el predicador se volvía al pueblo, y el diácono cuando cantaba el evangelio.
Pero como lo hemos dicho ya, las cosas son totalmente de otra manera en la celebración del sacrificio eucarístico propiamente dicho. Aquí la liturgia no es una "oferta" como en la liturgia de la Palabra; es un acontecimiento sagrado, en el curso del cual el cielo y la tierra se unen y donde el Dios de bondad se inclina hacia nosotros. Sólo en el momento de la distribución de la comunión, del banquete propiamente dicho, se llega a un cara a cara entre el sacerdote y los comulgantes.
Precisamente, estos cambios en la posición del sacerdote en el altar durante la misa, tienen una significación simbólica y sociológica cierta. Cuando el celebrante reza y sacrifica tienen, igual que los fieles, los ojos fijos en Dios, mientras que cuando predica o distribuye la comunión, se vuelve al pueblo.
Como hemos visto, el volverse hacia el este es tan antiguo como la Iglesia y constituye por ello una costumbre que no puede modificarse. "Se busca" constantemente "con los ojos el lugar donde se encuentra el señor" (J. Kunstmann) o como dice Orígenes en su libro sobre la oración (c.32), hay aquí "un símbolo, el del alma mirando cómo se eleva la verdadera luz", "atenta a la bienaventurada esperanza y a la gloriosa manifestación de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo" (Tit. 2,13).
 
DUODÉCIMA PREGUNTA
 
¿Por qué el carácter sacrificial de la misa, se manifiesta menos claramente si, como se afirma, el sacerdote está vuelto cara al pueblo?
Cuestión inversa: Si entre los especialistas se sabe perfectamente que al preconizar "el altar cara al pueblo" no se puede apelar a una práctica de la iglesia primitiva ¿por qué no se saca la consecuencia que se impone? ¿por qué no se suprimen "las mesas para un banquete", erigidas con sorprendente unanimidad en el mundo entero?
Muy probablemente porque este tipo de mesas responden más a la nueva concepción de la misa y de la eucaristía, que a la práctica antigua.
Bien claro está que se querría evitar hoy dar la impresión de que la "santa mesa" (como se denomina en Oriente al altar) pueda ser un altar del sacrificio. Sin duda es también la razón por la que casi en todas partes sólo se pone en el altar un solo ramo de flores, como si fuese la mesa de una comida de familia, así como dos o tres velas, que generalmente se colocan al lado izquierdo de la mesa, mientras que el jarro con flores se pone al otro lado.
Se busca la ausencia de simetría, y ya no es necesario tener un punto central de referencia, como el que existía hasta hace poco en la cruz con los candelabros colocados a derecha e izquierda de ella; sólo se quiere una mesa para la comida y no un altar.
El sacerdote se coloca delante del altar del sacrificio, no detrás. Lo mismo hacia el sacerdote, entre los paganos. En el santuario, su mirada se dirigía hacia la representación de la divinidad, a quien se ofrecía el sacrificio. Lo mismo en el Templo de Jerusalem, donde el sacerdote encargado de ofrecer la víctima se colocaba delante de "la mesa del Señor" (cf. Mal 1,12), como se llamaba al gran altar de los Holocaustos situado en el centro del Templo, cara al templo interior, que guardaba el arca de la alianza en el Santo de los Santos, lugar donde habita el Altísimo (cf. Ps. 16,15).
Una comida se desarrolla bajo la presidencia del padre de familia en medio del círculo familiar; en cambio en todas las religiones existe una liturgia determinada para llevar a cabo el sacrificio, que se desarrolla en o delante de un santuario (que puede ser también un árbol sagrado). El oficiante está separado de la muchedumbre y se pone delante de ésta, ante el altar y vuelto hacia la divinidad. De siempre, las personas que ofrecen un sacrificio están vueltas hacia aquel a quien se destina el sacrificio y, en absoluto, hacia los que participan en la ceremonia.
En su comentario del libro de los Números (10,2), Orígenes se hace interprete de la concepción de la Iglesia primitiva: "El que está delante del altar muestra por este hecho que es él quien cumple las funciones sacerdotales. Ahora bien, la misión del sacerdote consiste en interceder por los pecados del pueblo". En nuestros días, en que el sentido del pecado desaparece poco a poco, es una idea que parece ampliamente perdida.
Como sabemos, Lutero negó el carácter sacrifical de la misa: no veía en ella más que la proclamación de la palabra de Dios, a la que seguía la celebración de la Cena. De aquí su exigencia, ya mencionada, de que el celebrante estuviera vuelto hacia la asamblea.
 
Ciertos modernos teólogos católicos no niegan directamente el carácter sacrifical de la misa, pero les gustaría hacerlo pasar a un segundo plano a fin de poder resaltar mejor el carácter de cena de la celebración. La mayoría de las veces por consideraciones ecuménicas en favor de los protestantes; pero descuidando en su ecumenismo a las Iglesias orientales ortodoxas para las que el carácter sacrifical de la divina liturgia es un hecho indiscutible.
 
Sólo la eliminación de "mesa de comida" y la vuelta a la celebración en el "altar mayor" podrán llevarnos a cambios en la concepción de la misa y de la eucaristía, es decir, a la misa entendida como acto de adoración y de veneración a Dios, como acto de acción de gracias por sus beneficios, por nuestra salvación y nuestra vocación al reino de los cielos, y como representación mística del sacrificio de la cruz del Señor.
 
No obstante, como ya hemos visto, esto no excluye que la liturgia de la palabra se celebre no en el altar sino en la sede o ambón, como anteriormente se hacia en la misa episcopal. Pero las oraciones deben decirse todas hacia el oriente, es decir, hacia la imagen de Cristo en el ábside y hacia la cruz en el altar.
Dado que durante nuestra peregrinación en la tierra no nos es posible contemplar toda la grandeza del misterio celebrado y menos aún al propio Cristo, ni la "asamblea celeste", no basta hablar continuamente de todo lo que el sacrificio de la misa tiene de sublime; es necesario más bien hacer todo lo posible para poner en evidencia a los ojos de los hombres la grandeza de este sacrificio a través de la misma celebración, a través de una artística disposición de la casa del Señor y especialmente del altar.
Se puede aplicar tanto al desarrollo litúrgico como a las imágenes lo que de los "velos sagrados" dice el Pseudo Dionisio el Aeropagíta en su libro Sobre los nombre sagrados (1,4): esos velos "que (aún ahora) esconden lo espiritual en el universo sensible, y lo supraterrestre en lo terrestre, que confieren forma e imagen a lo que no tiene forma ni imagen .... Pero llegará un día en que habiéndonos convertidos en imperecederos e inmortales, y alcanzando la paz bienaventurada junto a Cristo estaremos, como dice la Escritura, cerca del Señor (cf. Tess 4,17) colmados de la contemplación de su presencia visible".