sexta-feira, 13 de novembro de 2009

UN EXORCISTA ENTREVISTA AL DIABLO e Discurso de Pablo VI - 15-XI-1872 " PADRE NUESTRO, LIBRANOS DEL MAL"



DOMENICO MONDRONE S.I,

UN EXORCISTA ENTREVISTA AL DIABLO

1ª Edición Española 2004 (traducido de la 31 edición Italiana 1976)

Editorial PRO SANCTITATE

Roma

¿Quién es Satanás?

¿Que quiere?

¿Cómo actúa?

PROLOGO

El Autor no está entre los que se avergüenzan de creer en la existencia del Diablo y de su nefasta actividad en el mundo y a veces perjudicando a pobres individuos. Él acepta totalmente la enseñanza de Pablo VI, expuesta en el discurso del 15 de noviembre de 1972.

Además demuestra haber tenido alguna experiencia directa con el Maligno en la práctica real de los exorcismos; añado además que he tenido intercambio de impresiones y de ideas con otros sacerdotes mejor entrenados en la misma experiencia. He leído ciertamente el libro de C. S. Lewis Le Lettere de Berlicche; pero es otra cosa. Sobre todo he tenido presente la apreciable obra de Corrado Balducci Los endemoniados, y además Era de diablo de A.Bohm y otros textos.

En particular parece que el Autor ha profundizado en la famosa meditación de Las dos Banderas, donde el santo de los Ejercicios Espirituales, con una gran eficacia representativa, nos hace ver al jefe de todos los demonios mientras, «en figura horrible», expone a los suyos su programa de acción y la táctica que utiliza para atrapar en sus redes a las almas y a las masas enteras de hombres.

En las páginas que siguen el Autor ha querido ofrecernos simplemente una ligera idea del ser y del comportamiento de este ángel tenebroso que trabaja incansablemente para hacernos daño.

El Diablo es el mayor maestro de los engaños, es un embustero de incomparable astucia, que no actúa el descubierto, sino en lo escondido; trabaja en la sombra, y siempre considera como inteligentes a quienes no creen en sus artimañas, e incluso niegan su existencia. Así, los primeros en caer en sus redes son precisamente los sabiondos, los llamados "espíritus fuertes", los grandes iluminados de la ciencia de este mundo.

«La astucia más perfecta del Demonio, ha escrito Charles Baudelaire, consiste en persuadirnos de que él no existe». Negar, por eso, la existencia y la acción del Maligno es comenzar a asegurarle ya su victoria sobre nosotros.

El Autor, en base a su experiencia, cree que Dios puede tal vez permitir - como en el caso de los exorcismos - que el Maligno sea interlocutor con quien lo exorciza… Este último, con la autoridad de Cristo y de la Iglesia, puede obligar al Maligno a responder a preguntas precisas propuestas a él y a veces, aunque es el padre de la mentira, sacarle algunas verdades... El Autor se sirve de este poder de manera más bien abundante… Si recurre a la fantasía sobre el modo de preparar y de desarrollar los encuentros, con ello no pretende decir que son fantásticas tantas verdades justificadas por la realidad de las cosas. Lo que aquí amenaza, lo va realizando. Del resto: «Para quien cree ninguna explicación es necesaria; mientras para los que no creen ninguna explicación es posible»


PADRE NUESTRO, LIBRANOS DEL MAL

(Discurso de Pablo VI - 15-XI-1872)

¿Cuáles son hoy las mayores necesidades de la Iglesia? No os parezca simplista, o incluso supersticiosa o irreal, nuestra respuesta: Una de las necesidades mayores es la defensa de ese mal que se llama Demonio.

Antes de aclarar nuestro pensamiento invitamos al vuestro a abrirse a la luz de la fe sobre la visión de la vida humana, visión que desde este observatorio se alarga inmensamente y penetra en singulares profundidades... Y en verdad, el cuadro que estamos invitamos a contemplar con realismo global es muy bello... Es el cuadro de la creación, la obra de Dios, que Dios mismo, como espejo exterior de su sabiduría y de su potencia, admiró en su substancial belleza, (Gen 1,10)

Después es muy interesante el cuadro dramático de la humanidad, de cuya historia emergen la de la redención, la de Cristo, la de nuestra salvación con sus estupendos tesoros de revelación, de profecía, de santidad, de vida elevada a nivel sobrenatural, de promesas eternas", (Ef. 1,10).

Sabiendo mirar este cuadro, no puede uno no permanecer encantado (S. Agustín, Soliloquios): Todo tiene un sentido, todo tiene un fin y todo deja entrever una Presencia-Trascendencia, un Pensamiento, una Vida y finalmente un Amor, por lo que el universo, por lo que es y por lo que no es, se presenta a nosotros como una preparación entusiasmante y gozosa de tantas cosas bellas y todavía más perfectas que esperamos. (1 Co 2,9; 13,12; Rom 8,19-23)

La visión cristiana del cosmos y de la vida es por tanto triunfal mente optimista; esta visión justifica nuestra vida y nuestro reconocimiento de vivir, por lo que nosotros, celebrando la gloria de Dios, cantamos nuestra felicidad (Cf. El Gloria de la Misa)

La enseñanza bíblica

Pero ¿Es completa esta visión? ¿Es exacta? ¿No nos importan nada las deficiencias que hay en el mundo? ¿Las disfunciones del mundo respecto a nuestra existencia? ¿El dolor, la muerte, la maldad, la crueldad, el pecado: en una palabra, el mal? ¿Y no vemos cuánto mal hay en el mundo? ¿Especialmente cuánto mal moral, es decir simultáneamente, si bien diversamente, contra el hombre y contra Dios? ¿No es este triste espectáculo un misterio inexplicable? ¿Y no somos nosotros, precisamente nosotros seguidores del Verbo, los cantores del Bien, nosotros creyentes, los más sensibles, los más turbados por la observación y la experiencia del mal?

Lo encontramos en el reino de la naturaleza, donde tantas manifestaciones suyas nos parece que denuncian un desorden. Después lo encontramos en el ámbito humano donde encontramos la debilidad, la fragilidad, el dolor, la muerte, e incluso cosas peores, una doble ley contrastante, una que quisiera el bien y la otra por el contrario vuelta hacia el mal, tormento que S. Pablo mete en humillante evidencia para demostrar la necesidad y la fortuna de una gracia salvadora, de la salvación traída por Cristo (Rom 7); ya el poeta pagano había denunciado este conflicto interior en el corazón mismo del hombre: "video meliora, proboque, deteriora sequor» (Ovidio Met 7,19)

Encontramos el pecado, perversión de la libertad humana, y causa profunda de la muerte porque es separación de Dios, fuente de la vida, (Rom 5,12), y después, a su vez, ocasión y efecto de una intervención en nosotros y en nuestro mundo de un agente oscuro y enemigo, el Demonio.

El mal no es sólo una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa.

Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien rechaza reconocerla como existente: y también quien hace de esto un principio en si mismo, no teniendo él mismo, como toda criatura, origen en Dios; incluso la explica como una seudo-realidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras malas obras.

El problema del mal, visto en su complejidad y en su absurdidad respecto a nuestra unilateral racionalidad, se hace obsesión. Ello constituye la dificultad más fuerte para nuestra inteligencia religiosa del cosmos. Por eso S. Agustín sufrió durante años: "Quaerebam unde malum, et non erat exitus", Yo buscaba de donde proviniese el mal y no encontraba explicación (Confesiones VII, 5,7,11, etc. P L. 32, 736, 739).

Aquí vemos la importancia que tiene la advertencia del mal para nuestra correcta comprensión cristiana del mundo, de la vida, de la salvación. Primero en el desarrollo de la historia evangélica al principio de la vida pública: ¿Quién no recuerda la página densísima de significados de la triple tentación de Cristo? Después en tantos otros episodios evangélicos, en los cuales el Demonio cruza los pasos del Señor y figura en sus enseñanzas (Mt 12,43). ¿Y cómo no recordar que Cristo, refiriéndose tres veces al Demonio, como su adversario lo cualifica como «príncipe de este mundo» (Jn 12,31; 14,30; 16,11)?

Y es la incumbencia de esta nefasta presencia es señalada en muchísimos pasos del Nuevo Testamento. S. Pablo lo llama “el dios de este mundo"( II Co 4,4) y nos pone sobre aviso acerca de la lucha contra las tinieblas, que nosotros los cristianos debemos sostener no con un solo Demonio, sino con una temerosa pluralidad: «Revestíos, dice el Apóstol, de la armadura de Dios para poder afrontar las insidias del diablo, porque nuestra lucha no es solamente con sangre y con la carne, sino contra los Principados y las Potestades, contra los dominadores de las tinieblas, contra los espíritus malignos del aire" (Ef. 6,11-12),

Diversas citas evangélicas nos indican que no se trata sólo de un Demonio, sino de muchos (Lc11,21;Mc 5,9), pero uno es el principal: Satanás, que quiere decir El Adversario, el enemigo; y con él muchos, todos criaturas de Dios, pero caídas porque se rebelaron y están condenadas. (Cf. Denz Sch 800-428); todo un mundo misterioso desbaratado por un drama desgraciado, del que conocemos muy poco.

El sembrador oculto de errores

Sin embargo conocemos muchas cosas de este mundo diabólico, que se relacionan con nuestra vida y con toda la historia humana. El Demonio está en el origen de la primera desgracia de la humanidad; él fue el tentador solapado y fatal del primer pecado, el pecado original (Gen 3; Sb 1,24). De aquella caída de Adán, el Demonio adquirió un cierto poder sobre el hombre, del que sólo la redención de Cristo nos puede liberar. Es historia que aún dura; recordemos los exorcismos del bautismo y los frecuentes referencias de la Sagrada Escritura y de la Liturgia a la agresiva y opresora "potestad de las tinieblas" (Lc 22,23; Col 1, 13)

Es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos por eso que éste ser oscuro y perturbador existe verdaderamente, y que con astucia traidora actúa; es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras en la historia humana. Recordemos la parábola evangélica reveladora del grano bueno y de la cizaña, síntesis y explicación de la absurdidad que siempre preside nuestras vicisitudes contrastantes: Inimicus homo hoc fecit" (Mt 13,28). Es "el homicida desde el principio... y padre de la mentira", como lo define Cristo (Jn 8,44-45); es el instigador del equilibrio moral del hombre.

Es él el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros, por la vía de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de desordenados contactos sociales en el juego de nuestro obrar, para introducirnos desviaciones, tanto más nocivas cuanto conformes a la apariencia de nuestras estructuras físicas o psíquicas, o de nuestras instintivas y profundas aspiraciones.

Este tema sobre el Demonio y el influjo que él ejercita sobre los individuos, sobre las comunidades, sobre enteras sociedades, sobre acontecimientos es un capitulo muy importante de la Doctrina Católica que se debe estudiar de nuevo, a pesar de que hoy se le da poca importancia.

Algunos piensan encontrar en los estudios sicoanalíticos y psiquiátricos o en experiencias espiritistas - hoy por desgracia demasiado difundidas en algunos países - un planteamiento suficiente. Se teme recaer en viejas teorías maniqueas o en pavorosas divagaciones fantásticas y supersticiosas. Hoy se prefiere mostrarse fuertes y sin prejuicios, positivistas, excepto en dar su fe a tantas gratuitas posturas mágicas o populares, o peor aún, abrir la propia alma - ¡la propia alma bautizada, visitada tantas veces por la presencia eucarística y habitada por el Espíritu Santo!- a las experiencias licenciosas de los sentidos y a aquellas deletéreas de los estupefacientes, como también a las seducciones ideológicas de los errores de moda, fisuras éstas a través de las cuales el Maligno puede fácilmente penetrar y alterar la mente humana.

No está dicho que todo pecado sea debido directamente a la acción diabólica (S. Th. 1,104,31) pero también es verdad que quien no vigila con cierto rigor sobre si mismo (Mt 12,45; Ef 6,11) se expone al influjo del "Mysterium iniquitatis", al que S. Pablo se refiere (II Ts 2,3-12) y que hace problemática la alternativa de nuestra salvación.

Nuestra doctrina se hace incierta, oscurecida como está por las tinieblas mismas que circundan al Demonio. Pero nuestra curiosidad, excitada por la certeza de su existencia múltiple, se hace legítima con dos preguntas:

¿Cuáles son los signos de la presencia diabólica? y ¿Cuáles son los medios de defensa contra este tan insidioso peligro?

La presencia de la acción del Maligno

La respuesta a la primera pregunta impone mucha cautela, aunque los signos del Maligno parecen tan evidentes (Cf. Tertuliano, Apol 23). Podemos suponer su acción siniestra allí donde la negación de Dios es radical, sutil y absurda, donde la mentira se afirma hipócrita y potente, contra la verdad evidente, donde el amor se ha apagado a causa de un egoísmo frío y cruel, donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde (1 Co 16,22; 12,3), donde el espíritu del Evangelio es adulterado y desmentido, donde la desesperación se afirma como la última palabra, etc. Pero es un diagnóstico muy amplio y difícil, que Nos no nos atrevemos ahora a profundizar y autenticar, no por eso privado de dramático interés, al cual también la literatura moderna ha dedicado páginas famosas (Cf. Las obras de Bernanos, estudiadas por Ch. Moeller Littér du XX siècle,I, Pag 397 ss; P. Macchi Il volto del male di Bernanos: satan; Études Carmélitaines, Desclée de Br. 1948)

El problema del mal aparece como uno de los más grandes y permanentes problemas para el espíritu humano, incluso después de la respuesta victoriosa que nos da Jesucristo: "Nosotros sabemos que hemos nacido de Dios, y que todo el mundo ha sido puesto bajo el Maligno"(I Jn 5,19).

Nuestra defensa

A la otra pregunta: ¿Qué defensa, qué remedio poner a la acción del Demonio? La respuesta es más fácil de formular, pero es difícil llevar a la práctica. Podremos decir: Todo lo que nos defiende del pecado, nos defiende por ello mismo del enemigo invisible. La gracia es la defensa decisiva. La inocencia asume un aspecto de fortaleza y después cada uno recuerda lo que la pedagogía apostólica había simbolizado en la armadura de un soldado, las virtudes que pueden hacer invulnerable al cristiano (Rom l3,12; Ef 6,11.14.17; 1 Ts 5,8). El cristiano debe ser militante, debe ser vigilante y fuerte (I Pe 5,8); y a veces debe recurrir a algún ejercicio ascético especial para alejar ciertas incursiones diabólicas; Jesús así lo enseña indicando el remedio «en la oración y el ayuno" (Mt 9,29 ). El Apóstol sugiere la línea maestra a tener en cuenta: "no os dejéis vencer por el mal, antes bien, vencer al mal con el bien" (Rom 12,21; Mt 13,29).

Con la certeza de las adversidades presentes en las que hoy las almas, la Iglesia, el mundo se encuentran, nosotros buscamos dar sentido y eficacia a la acostumbrada invocación de nuestra principal oración: «Padre nuestro... líbranos del mal». A todo esto ayuda también nuestra bendición apostólica.

fonte:centro de estudios san Benito