quinta-feira, 26 de novembro de 2009

Roma 1962-1963: El clima litúrgico conciliar

Capítulo 1: Un Concilio rodeado de esperanzas y temores

Parte 3ª: El peligro de un ingenuo y estéril triunfalismo

Tras subrayar las demás alegrías que según el P. Martín Descalzo van a acompañar al Concilio: una autentica representación universal de la Iglesia en la Magna Asamblea unida al hecho de llegar en un momento de fuerte conciencia laical (¡la Iglesia somos todos!) y a una voluntad dialogal de la Iglesia Romana con respecto a todos los separados, convicciones todas ellas unidas a la conciencia de tener en Juan XXIII un gran Papa y la inestimable asistencia del Espíritu Santo, nuestro cronista pasa a relatar los más que evidentes temores que rodean al Concilio.

En primer lugar, un exceso de triunfalismo: Dios no inspira, sólo está al lado de los Padres conciliares para que no se equivoquen en las decisiones solemnes. El concilio tiene garantizada una infabilidad doctrinal no una infabilidad pastoral, no una máxima eficacia pastoral.

La historia de la Iglesia está llega de lecciones aterradoras en este sentido: concilios en los que todo el mundo esperaba mucho y que no sirvieron para nada, como el Laterano V de 1512. Todos esperaban de él la reforma de la Iglesia y los padres conciliares se encerraron en cuestiones de escuela sobre el alma inmortal quedándose la reforma en los tinteros. ¿Resultado? Seis meses después estalló la Reforma luterana. No fue un Concilio erróneo, fue un Concilio inútil.

Veamos lo que afirmaba en aquellos momentos el sacerdote cronista del rotativo bilbaíno:

“¿Por qué caminos podría llegar la inutilidad del Concilio? Intentemos dibujar aquí algunos. Por el choque -y no el encuentro- de mentalidades ante todo…¿Quién desconoce que en la Iglesia hay dos tipos de mentalidades que, si coinciden en lo fundamental, se diferencian en casi todo lo accidental y en casi todas las maneras de expresar lo fundamental? Dos mentalidades que podríamos llamar abierta y cerrada, conservadora e innovadora, tradicionalista y moderna, de cien mil maneras, para decir en todas lo mismo. ¿Quién no sabe que este Episcopado es más abierto y aquel es más cerrado, que este es más libresco y aquel más pastoral? ¿Quién no ha visto en las pastorales que han precedido al Concilio los diversos planteamientos, las distintas posturas, las diferentes orientaciones?

Fueron muchas las personalidades eclesiásticas que expresaron ese temor. Escribía el cardenal Feltín, Arzobispo de Paris:

“Entre los que se aferran prudentemente a las formas del pasado y los que se lanzan temerariamente hasta la punta extrema del progreso, hay una divergencia tan profunda de mentalidad que sus puntos de vista son frecuentemente opuestos y es necesario mucho espíritu de caridad para que no se produzcan choques violentos.”

Sin duda y como consecuencia de este peligro, otros varios subrayados ya en aquel momento: un parloteo vacío, el minirreformismo de quien se conforma en arreglar cuatro cosas y el mayor y más acechante: la precipitación.

Pero, a mi entender el más grave peligro, no fue confundir las Comisiones preparatorias de los tres años precedentes, formadas por 876 miembros de los cuales 609 europeos y de estos 378 italianos, con el Concilio, como afirma Martín Descalzo. Sino confundir los discursos y las deliberaciones conciliares con el Concilio. Todo ello, en contra del prescrito secreto conciliar, filtrado desde dentro de manera intencionada a la Prensa internacional.

Y todo empezó en la primera sesión, la famosa sesión del 13 de octubre, finalizada, para escándalo general en sólo doce minutos.

Relatemos la escena: el secretario del Concilio, Mons. Felici comenzó comunicando que se iban a distribuir las papeletas de votación.

Se repartió un folleto de grandes dimensiones y 16 páginas. En el encabezamiento de cada una iba el nombre de una comisión y 16 líneas vacías en las que cada Padre había de poner los nombres de sus candidatos para cada comisión. Segundos después el cardenal Liénart, arzobispo de Lille, en nombre de todo el episcopado francés pide la palabra al presidente de la mesa el cardenal Tisserrant. Este se la niega, y ante la negativa, Liénart coge resueltamente el micrófono y expone la dificultad de votar sin haber preparado suficientemente la votación pidiendo se retrasara cuatro días para que se pudieran entablar diálogos entre las comisiones. Unos segundos de pasmo e indecisión y al fin un nutrido aplauso de gran parte del Aula cerró la intervención. Inmediatamente se levantaba también de la mesa de presidencia, el cardenal Frings. Señaló que hablaba a título personal pero con el consentimiento de Dopkner (Munich) y König (Viena). Apoyaba y recogía la petición de Liénart y quería recordar que en estas votaciones se podían aceptar candidatos cardenales. Un nuevo y más nutrido aplauso. Los diez cardenales de la presidencia (Tisserrant, Liénart, Tappouni, Caggiano, Gilroy, Ruffini, Alfrink, Pla y Deniel, Spellman y Frings) dialogaron unos minutos y comunicaron a la sala su decisión de aplazar la elección.

La cosa dio que pensar en los ambientes periodísticos y a partir de este momento intuyeron que algo gordo se estaba cociendo en la rebotica del Concilio, algo que iba a otorgar al encuentro conciliar un interés mediático de enorme magnitud, especialmente cuando un obispo holandés afirmó. “La cosa no podía comenzar mejor”.

Tres días después, en la sesión del 16 de octubre se comunicó a los Padres una novedad: el primer tema en estudio iba a ser el de Liturgia. Como una “novedad”, así lo entendió Martín Descalzo:

“Digo novedad porque era clásico en los Concilios arrancar de un tema teológico, y teológicos eran cuatro de los siete esquemas que por el momento se han entregado a los Padres conciliares. Pero es bueno este arranque. Por un lado reafirma la tendencia práctica de este Concilio. Por otro, será un buen tema “de rodaje". No conviene arrancar por un problema que pueda provocar tensiones. Y el aire dice que los esquemas teológicos las producirían.

La mañana del sábado 20 de octubre el Papa lanzó un mensaje al mundo en su discurso de apertura con doce definiciones de lo que era el cristianismo, en ellas “todo el nuevo espíritu de la nueva Iglesia” como escribió Martín Descalzo.

El lunes 22 de octubre, terminada la etapa de preparativos, el Concilio empezará a interrogarse sobre su Liturgia.

Nuestro sacerdote periodista lanza los planteamientos y como él y con él, tantos otros:

¿Cómo va la Liturgia entre los cristianos de hoy? ¿Cómo oyen su misa, cómo practican sus sacramentos? ¿Por qué la oyen y practican como lo hacen? ¿Qué podría hacerse para conseguir una liturgia más viva, más verdadera, más auténtica?

La puerta está abierta…

Dom Gregori Maria

Capítulo 2º: Una conciencia litúrgica llena de prejuicios y errores

Permalink 23:38:22, por Germinans, 1899 palabras
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Un prejuicio es, como lo dice su nombre, el proceso de prejuzgar algo. En general, implica llegar a un juicio sobre el objeto antes de determinar la preponderancia de la evidencia, o la formación de un juicio sin experiencia directa o real. También implica criticar de forma positiva o negativa a algo o alguien.

Veamos cual es el examen que realiza Martín Descalzo de la historia litúrgica. Empecemos por las sentencias sobre la antigüedad cristiana.

Primero: Una imagen idílica de la liturgia paleocristiana, con una fuerte coloración bucólica.

En los primeros días del cristianismo la liturgia nacía fresca entre las manos de los cristianos, hablaban en su lengua cotidiana, dialogaban verdaderamente con su sacerdote, ofrecían a Dios su pan, su vino y sus ofrendas como quien da verdaderamente algo. La memoria de Jesús era aún reciente y la liturgia era diariamente una aventura nueva.

Únicamente es explicable ese juicio teniendo en cuenta la fuerte tendencia arqueologista de la que fueron victimas los estudios litúrgicos de aquella generación, que además ponían de relieve positivamente valores como la improvisación (diariamente una aventura nueva) o la lengua cotidiana. Sabemos en cambio que la ausencia de textos escritos era debida a la ley del arcano y no significaba que de manera memorística no se usasen reglas litúrgicas fijas (canon) y que se emplease una lengua litúrgica (el griego) que sin duda alguna no era la lengua vehicular de los fieles. La realidad era bien diferente de cómo les habían convencido.

Segundo: La inalterabilidad de gestos y palabras lleva a una rutina sin vida. El rito aleja a los fieles del misterio y lo contrapone al culto auténtico (el del corazón).

Mas pasó el tiempo y vino la inevitable rutina. Los gestos se inmovilizaron, las palabras adquirieron peso de siglos, y este peso las dio hondura, pero las dejó pesadas. Más tarde se derrumbó la cultura latina y el latín pasó a ser lenguaje de cultos, mientras la gente vivía y moría en lengua vulgar. La liturgia comenzó a ser un misterio lejano, una isla en la que el clero vivía y que los fieles miraban desde lejos; el culto se convirtió en rito: los gestos de amor se hicieron gestos teatrales; el banquete eucarístico, en el que se confraternizaba, pasó a ser la obligación de la misa que se oía, distraídamente, sin poner el corazón en juego

Estudios antropológicos en la postmodernidad avalan la teoría de la necesidad de ritos (gestos y palabras inalterables que garantizan una identificación de con las raíces del pasado que nos dan un punto de referencia que permite orientarnos al futuro: es el valor de las tradiciones y el positivo peso de la Tradición en la vivencia cristiana)

Tercero: Extrapolación del periodo de decadencia litúrgica de los siglos XVII-XIX a toda la Edad Media.

“…y, entonces, para que los fieles no se aburrieran mucho durante ella, los sacerdotes inventaron otros rezos, y “distraían” a sus fieles predicando, rezando rosarios, novenas, dando recitales de órgano, para que la misa -el sacrificio caliente de Jesús- no les resultara aburrida.”

También Dom Guéranger y cualquier buen liturgista reconoce en esas prácticas tardo-barrocas, que no medievales, una desviación de la liturgia católica. El mismo San Pío X dio la consigna “No rezar en la misa, sino rezar la misa”. Esos principios estaban siendo vividos desde el inicio del Movimiento Litúrgico y muy difundidos ya, con gran provecho para el pueblo cristiano. La dirección era buena.

Cuarto: Juicio negativo sobre las fórmulas de los sacramentos y el breviario como alejados de la cultura y las nuevas circunstancias y ritmos de vida. Perorata sobre la necesidad de una constante adaptación a los tiempos de sacramentos y sacramentales

Y, como en la misa, fue sucediendo en todo. Las viejas fórmulas de los sacramentos se hicieron arcanas para quienes los recibían; palabras y gestos nacidos en otras culturas y que, en el momento de su introducción, estaban cargados de simbolismos para todos, perdieron con el tiempo su sentido y se quedaron en curiosidades extrañas, recuerdos de un tiempo muerto. El breviario, nacido en los monasterios y construido para largas horas de oración y para ser cantado en coro, se incrustó en la vida agitada de los sacerdotes y poco a poco se convirtió, para no pocos, en una simple carga, carga no tanto por su duración cuanto por su estructura construida para una espiritualidad distinta de la suya, para más circunstancias de vida alejadas de las actuales.

Quinto: Afán de reformas de adaptación, mal comprendidas y peor asimiladas.

Tenía que llegar un momento en el que las ansias de reformas de adaptación, se impusieran. Y esta hora ha sonado. Ya desde la mitad del siglo pasado vienen creciendo en el mundo estos deseos. El sentido comunitario de la misa, el dolor de verla en exclusiva del clero nació entre los grandes teólogos alemanes del siglo pasado, los Sailer, Moelher, Hierscher. La piedad litúrgica, el sueño de la renovación del arte y la música sagrada tuvo su patria en Inglaterra, en las figuras de Newman y Wiesseman. Pero -como observaba el otro día L’Osservatore- “la tierra madre del movimiento litúrgico es Francia, bajo el influjo y la obra del benedictino Dom Guéranger. Desde Francia este movimiento se difundirá de país en país, conquistando particulares especificaciones y aspectos integrantes".

Aquí es necesaria hacer una importantísima distinción. Él hace tres menciones: por una parte los que él llama “grandes teólogos alemanes” del siglo XIX (Sailer, Hierscher y Moehler), por otra los adalides de la piedad litúrgica y la renovación del arte y la música (los cardenales Wiesseman y Newman) y finalmente alude Dom Guéranger y al Movimiento Litúrgico que él inicia y difunde. Asimilar las tres corrientes constituye un simplismo grotesco y la evidencia de una falta de profundidad y rigor, sólo propia de un conocimiento de las respectivas características de cada una de ellas superficial y vacuo. ¿El resultado? Hacer de los tres ámbitos un híbrido contra-natura. Si ciertamente Dom Guéranger es el providencial iniciador y difusor del Movimiento Litúrgico a partir de Francia y por otra parte Wiesseman y Newman son los impulsores de una piedad litúrgica renovada, en maravillosa amalgama con el arte y la música, en su Inglaterra natal, en nada podemos hallar puntos de encuentro ni nexo alguno con los tres teólogos nombrados: uno casi iluminista (Johann Michael Sailer), otro lanzado hacia una pendiente simbolista (Johann Adam Möhler) y finalmente otro (Johann Baptist von Hirscher) autor de una obra sobre la Misa titulada “De genuina Missae notione” (1821) en la que la idea del sacrificio es relegada a un segundo plano, razón por la cual fue puesta en el Índice de Libros Prohibidos, y de la que nunca se retractó formalmente, causando un grito de alarma entre los católicos germanos que lo acusaban de ser “un enemigo de Roma y de todo lo romano”(sic)

Es más que evidente que estos tres “grandes teólogos alemanes” quizá no eran tan excelentes como lo entiende o presume Don José Luis.

A mi entender todo ello es falto de consistencia y de rigor. Deseo de ser y sentirse moderno. Y todo lo alemán y lo centroeuropeo lo era en aquel momento. Veremos más adelante como ese complejo por no estar al día y no participar en todo lo avanzado, hizo mella en aquellos meses conciliares, en la conciencia del P. Martín Descalzo y en muchísimos sacerdotes de su generación.

Por lo demás, en todas las posteriores consideraciones se hace un buen enfoque, aunque sin percibir ni por asomo los casi imperceptibles errores ni las desviaciones de las que a la vez son víctimas y protagonistas algunos de esos teólogos liturgistas. Y entre ellos muy especialmente, como vimos anteriormente, Dom Oddo Casel, que junto a Dom Lamberto Beaudoin serán los iniciadores del cambio de orientación del Movimiento Litúrgico.

Con Pío X el movimiento litúrgico dejará de ser el piadoso deseo de algunos cristianos y recibirá el timbre pontificio. El “motu proprio” Tra le solecitudini, sobre la música sagrada, dará en 1903 la señal de partida para la cadena de reformas que van a conducirnos hasta el Concilio. Los conventos de Solesmes, de Malinas, de Montserrat, de Maria Laach, de Silos mantendrán viva la antorcha del espíritu litúrgico en todo el mundo. La labor de los grandes teólogos liturgistas, los Marmión, Guardini, Von Hildebrand, Jungman, Odo Casel, y tantos otros, profundizará de día en día los nuevos aspectos teológicos y bíblicos de la Liturgia, y Pío XII con su encíclica Mediator Dei pondrá la piedra fundamental de la teología litúrgica contemporánea.

El juicio positivo sobre todos los demás aspectos de la renovación litúrgica del siglo XX es impecable: La comunión frecuente y la edad de primera comunión de los niños, junto a la renovación de la música sagrada y la difusión del misal de los fieles por San Pío X. La recuperación de las misas dialogadas, la introducción de la lengua vernácula en muchas partes de los sacramentos y en las lecturas de la misa, los permisos para las misas vespertinas, la mitigación del ayuno eucarístico, la revivificación de la Semana Santa, la reforma y simplificación de las rúbricas del misal y del breviario y finalmente el renacimiento del arte sagrado, todo ello logro y aportaciones del gran papa Pío XII.

Pero….

“Todo esto son pasos que marcan los deseos mundiales de una reforma completa y sistemática. El Concilio, pues, no tendrá que andar un camino desconocido. Un siglo de Movimiento Litúrgico ha preparado ya sus pasos. Pero en el Concilio debe darse el marchamo o la corrección a todo esto hasta volver a conseguir una liturgia viva, en la que todos se sientan participantes".

La “lungamano” de Cassel y Beaudoin, y de discipulos como Bugnini, ha sembrado la semilla de la cizaña entre los fecundos campos sembrados de la vida litúrgica de la Iglesia. “Queremos más y no pararemos hasta conseguirlo” parecen exclamar.

Mientras tanto, aunque la inmensa mayoría del mundo católico no percibe los riesgos de esa pendiente, en la conciencia de algunos pocos sacerdotes y obispos y de muchos seglares va naciendo la duda si el camino que pretendidamente va a iniciarse nos va a conducir a algo mejor y más sólido que el patrimonio litúrgico-espiritual del que ya goza y se alimenta la Iglesia.

En 1964 la eminente psicóloga noruega Borghild Krane hará un llamamiento al laicado católico. Será el catalizador que hará nacer la Federación Internacional Una Voce.

Pero esta es harina de otro costal…

Dom Gregori Maria

fonte:reforma o apostasia